Va pasando el tiempo, el pequeño sigue en el mismo entorno. Desde cachorro, no tenía ejemplo, toda su familia está untada de maldad y de miseria. Ya tenía 7 años y la inocencia no encontraba, a los 16, ni charlar de esa etapa. Ya tenía la calle marcada en sus venas, anda con un socio pa' arriba y pa' abajo. Los dos vivían en el rancho de la abuela, la cual los aconsejó y los crió. Pero el menor ya tenía su camino claro: salir de la lleca y conseguir su propio patrimonio. Lo que no sabía es que por acciones del pasado, las culebras ya venían pisando la cobija. La noche anterior recibió esa escalofriante llamada que no se esperaba; al cucho lo habían dado de baja. La sangre del menor se calentó, quedó loco y con la mente rayada de lo que había sucedido. No se lo esperaba, se colocó los pisos y la gorra, cogió la panguana y prendió la motora. Al llegar al lugar de los hechos, vio al viejo envuelto en una sabana blanca que era roja. Con rencor en el corazón, fue a buscar al pirobo que lo había matado, pero el tiempo se acabó para el menor. Atrás venía una mionca polarizada pisándole los talones al cachorro y al socio. Esperaron el semáforo en rojo para darles piso. Un tiroteo a las 11:11 se acabó el tiempo. La abuela, en su casa, pensando en qué había hecho mal, le mataron a su hijo y, a los pocos segundos, acabaron con la vida de su nieto, que era lo que más apreciaba. La vieja quedó sola y hasta el sol de hoy no encuentra salida de esa situación.